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Serie P. José Rivera - La mediocridad

Serie P. José Rivera
La mediocridad

En una “nota introductoria” de este libro del P. José Rivera nos informan sobre algo importante. Dice que:
“D. José preparó este escrito como Discurso de Apertura del Curso 1985-86, en el Estudio Teológico de San Ildefonso, precisamente sobre un tema, la mediocridad, que siempre le preocupó y que aparece continuamente presente en todos sus escritos, así como en sus charlas y conversaciones”.
Por lo tanto, mediante este escrito el sacerdote toledano pone sobra la mesa un tema que se nota que, en efecto, le preocupa y lo hace de una forma que es, con franqueza lo decimos, impagable pues está llena de fina ironía y de una serie de verdades que a muchos nos retrata a la perfección.
Antes de seguir, les pediría, a las personas que no tengan este libro que accedan, lo más rápido posible, a la página web dedicada al P. José Rivera, a la sazónwww.jose-rivera.org, descárguense el libro y léanlo despacio, pero muy despacio. Les aseguro que vale mucho la pena aunque, a lo mejor, no les guste todo lo que dice. Es fácil, pues se encuentra, lógicamente, en el apartado de “Escritos”.
El P. José Rivera bordó el Discurso que en su día presentó y, aunque él mismo dice que lo hace, mejor así le parece bien hacerlo, en forma de “charla familiar” (1) entre quien lo pronuncia y quien escucha, la verdad es que es una auténtica obra de arte de psicología humana y de esencia antropológica. ¡Qué bien y qué mal se pasa leyéndolo!

Dice, para que nos demos cuenta de qué trata el asunto que va a tratar, “Voy, pues, a charlar a los mediocres. Eso sí, de algo, de nuestra propia mediocridad. Y voy a charlar mediocremente. Solo el perfecto, el santo, podría hablar con perfección” (2) pues no se tiene él mismo por un santo (muchas veces se deduce esto de lo que escribe aquí y en otros sitios) y, al menos en eso, se igual con los lectores o, en su día, escuchadores de su charla familiar.
¿Qué es, para el P. José Rivera, una persona mediocre?
Pues, esto “Llamo mediocre a quien consciente y voluntariamente confina sus capacidades respecto del desarrollo de la propia personalidad. A quien pone límites a su posibilidad de ser asumido hasta lo excelso o de rodar hasta los últimos abismos.

No llamo mediocre evidentemente a quien, plenamente abierto según el momento, se encuentra todavía en desarrollo, aunque no sea más que inicialmente. No aludo a ninguna de las potencias o cualidades o defectos abstraídos, observados fuera de la armonía de la persona total. No es a la personalidad eximia, que es pobre en el conocimiento de la filosofía o en el gozo de la música o en el ejercicio del arte piscatoria”
(3).
Sin embargo, no son del gusto del P. José Rivera las definiciones. Por eso dice que “No intento definir al mediocre. El ansia de definiciones me parece engañosa y generalmente signo de mediocridad. Quiero solamente señalar algunas facciones del rostro del mediocre que nos sirvan para reconocernos como tales” (4).
Lo que hace, pues, el P. José Rivera, es decir, a un grupo de personas, en aquel momento presentes, y, ahora, a todas las que podamos llevarnos a los ojos o a los oídos sus palabras, que lo que dice sobre la mediocridad nos lo dice como si se tratara, que lo es, de un miembro de nuestra familia que se dirige a nosotros como amor.
Bien podemos preguntarnos cuál es la razón de que a una persona se le pueda llamar mediocre.Es esencial para esto la actitud que se tiene “ante la llamada de Dios Padre” (5) y, en realidad, lo que pensamos que somos con relación al Creador. A este respecto, el P. José Rivera dice que “Sale de la mediocridad quien reconoce sus límites reales y la posibilidad de superación de los imaginarios, como efecto de la gracia” (6).
Por lo tanto, lo que sigue es fácil de imaginar y, seguramente, de darnos cuenta si así somos:“El mediocre no reconoce –no quiere reconocer- los límites reales. Se confina a sí mismo de manera irreal. No alcanza la medida de su propia personalidad…” (7)
Al fin y al cabo, lo que le sucede al mediocre es que, sencillamente, ha olvidado a Dios y tal es el fundamento de la mediocridad.
Por ejemplo, sabemos que ser santo es, digamos, la plasmación de una excelencia espiritual a la que todos aspiramos porque es la máxima expresión de fidelidad a Dios y a su Ley. Pues bien “La bondad humana -el término ‘santo’ está proscrito de la jerga del mediocre- es fruto proporcionado del esfuerzo humano” (8).
Pone, en este momento de su diálogo con los presentes algunos ejemplos de lo que pueden ser expresiones que a la persona mediocre le llenan por dentro:
“’A Dios rogando y con el mazo dando’: Porque sus labios son perfectamente capaces de musitar rezos y sus brazos disfrutan con leves trabajos a su alcance o le dan ocasión a satisfacer su orgullo. Como si el mazo y el que da, y la capacidad de dar y el golpe mismo y el objeto golpeado… y la presencia del objeto y el tino para golpear no fuera todo don de Dios, lo mismo que la oración, el ruego…
“Fíate de la Virgen y no corras": Como si el correr no fuera fruto de la acción maternal de la Virgen…”
A este respecto, el P. José Rivera, también poeta, sea acoge a la acción de un poeta de 1919 que describe la no actuación (al fin y al cabo eso es la mediocridad) del mediocre. Dice el poema esto:
De tí podrá decirse:
“Tuvo un incandescente
anhelo, una gran ansia
de santidad. Quería
llegar a la excelencia
cristiana: ser perfecto
como el Padre celeste
es perfecto; soñaba
con devolver caricias
a quien clavó el colmillo
de sus malevolencias
en él, hasta cebarse.
Amaba a Dios, acaso
como pocos le aman
(Dios, que lo ve, lo sabe).
Mas fue tal su miseria,
su endeblez para el vuelo
divino, que las pobres alas
lo traicionaron…
Y se quedó en el fondo
de su charca… Miraba
pasar aves y nubes,
con blando volar quedó,
y le decían: “
“Subes?",
y él gemía: “No puedo".
Muy bien se puede apreciar en este poema que una cosa es lo que se dice que se es o, incluso, lo que se pueda decir de uno por parte del prójimo y otra, muy distinta, lo que en el fondo somos, hacemos y cumplimos.
Podemos ir apreciando que la persona mediocre, para el P. José Rivera, cumple con unos requisitos que lo imposibilitan para llevar una vida espiritual medianamente presentable. En realidad, “es demasiado irresponsable para angustiarse” (9) porque aquella responsabilidad que le tocaría asumir la “descarga sobre la sociedad” (10); “se encuentra privado de sabiduría” porque, simplemente “la rechaza” (11); “No vive de esperanza” (12) porque “busca su gozo modesto en las cosas de este mundo” (13) y, además, “No vive del amor” (13) porque “la caridad no arde en él, su ebullición no resuena, encerrada en los límites impuestos por el egoísmo” (14).
Otras características del mediocre son las siguientes:
1.-“Vive –más propiamente se desvive- en la superficie” (15).
2.-Tiene un concepto de la realidad alejado del verdadero.
3.-Tiene un juicio sobre el valor del hombre de carácter “movedizo” (16).
4.-“El mediocre limita sus aspiraciones a no traspasar leyes escritas” (17).
Dedica el P. José Rivera un apartado bastante extenso al denominado “vocabulario del mediocre” porque es primordial conocer de qué forma se expresa quien manifiesta una falta tan grande de compromiso con tantas realidades entre las que se encuentra su propia fe.
Pues bien, “El vocabulario del mediocre –tomado del ambiente en que vegeta- es curiosamente contradictorio” (18). Para el mediocre todo ha de ser moderado porque es, esencialmente, mediocre su comportamiento. Sin embargo “No hay duda que la moderación es una cualidad. Pero moderar significa poner modo, el modo adecuado. Sin embargo, la debilidad y la fragilidad y la necedad humana ambiente han convertido moderado en mediocre; voz moderada significa para los oyentes voz baja, que no hiera los oídos. Y si es Ud. sordo, no aparezca en sociedad, no lo exprese, que molesta a los que se encuentran satisfechos. Estos salmos de angustia que se expresan en gritos - así explícitamente- y que hay que recitar con voz moderada…” (19).
En realidad, la forma de actuar del mediocre está muy de acuerdo con la expresión, muy de moda hoy día, de hacerlo de forma “políticamente correcta” donde el respeto humano (el qué dirán si digo lo que a lo mejor no está bien visto) tiene demasiada importancia. Sin embargo, “Jesús hablaba duramente, muy duramente, muy hirientemente; pero pertenecía a otra época sin educación. Su humillación le hizo un hombre de pueblo… ¡Si hubiera nacido ahora, en nuestra Europa supercivilizada!” (20).
Y es que el lenguaje que no se acoge a la fe para hacerla presente en la realidad de quien lo pronuncia no deja, sino, de ser un alambicado proceso de mentira personal y de falsificación de la creencia.
Por otra parte, como hemos dicho arriba, el lenguaje del mediocre es contradictorio pues, para poder vivir de tal forma, ha de “aceptar” lo uno o lo otro según le convenga. En realidad, “Y es que la disociación no se produce solamente entre las diversas facultades humanas: la inteligencia y la voluntad y la sensibilidad y la realidad corporal, sino en lo interior de cada facultad. El mediocre admite deliberadamente dos criterios contradictorios en su mente. No es que hable de una manera u obre de otra, por La mediocridad debilidad de la voluntad, por el influjo de causas que surgen en el momento. Es que piensa con doblez desentendimiento y enuncia sin motivo extrínseco algunos criterios opuestos. Y ello, digo, sin repugnancia” (21)
Es crucial y, por lo tanto, importante, saber que existe la persona mediocre y, además, denunciar que exista. Y esto porque “el mediocre no es adulto espiritualmente. El mediocre carece de fervor. El mediocre no es ordinariamente fecundo. El mediocre daña al Cuerpo Místico. La debilidad, la fragilidad, las fisuras, las tendencias del mediocre son fuentes de aguas venenosas para los demás” (22). Y es que, además, “La Iglesia es el Cuerpo Místico de Salvador. El Salvador no salva sin su Cuerpo. Cuando el Cuerpo de Cristo en la tierra está constituido por un número proporcionalmente elevado de mediocres, la operación salvífica queda interrumpida. Y los miembros que no se han dejado mover, quedan eliminados… La admisión de la mediocridad me parece el daño más grave entre nosotros. Esperamos que se levanten en nuestras filas algunos santos, perfectos. Pero la Iglesia misma nos ha dicho -y Cristo mismo nos lo ha dicho desde el comienzo- que todos debemos ser santos.” (23).
El P. José Rivera es de notar que se debe haber sentido urgido a predicar en el sentido del libro aquí traído. Y esto porque dice que “Nuestra mediocridad es escándalo real para los débiles. Y a nosotros se nos ha de pedir cuenta de ella” (24). Y termina con una verdad que, en demasiadas ocasiones y a tenor de lo último dicho olvidamos: “Porque es inevitable que haya escándalo, pero ¡ay del que escandaliza!” (25) y, poco más arriba dice esto, que “Quien no es capaz de entender esta realidad terrible, de sentirse interpelado por Dios mismo, es irremediablemente tibio, necesitado del milagro para ser salvado él mismo”.
NOTAS
(1) La mediocridad (Lm). Introducción, p. 5.
(2) Lm. Introducción, p. 5.
(3) Lm. I-Planteamiento del tema, p. 8.
(4) Ídem nota anterior.
(5) Lm. II-Lo primordial, p. 9.
(6) Lm. II-Lo primordial, p. 11.
(7) Lm. II-Lo primordial, p. 12.
(8) Lm. III El olvido de Dios: fundamento de la mediocridad, p. 13.
(9) Lm. IV. Del organismo espiritual del mediocre, p. 24.
(10) Ídem nota anterior.
(11) Lm, IV. Del organismo espiritual del mediocre, p. 25.
(12) Ídem nota anterior.
(13) Ídem nota 11.
(14) Ídem nota 11.
(15) Lm. V. Algunos rasgos del hacer del mediocre, p. 30.
(16) Lm. V. Algunos rasgos del hacer del mediocre, p. 32.
(17) Lm. V. Algunos rasgos del hacer del mediocre, p. 35.
(18) Lm. V. Algunos rasgos del hacer del mediocre, pp. 36-37.
(19) Lm. V. Algunos rasgos del hacer del mediocre, p. 37.
(20) Lm. V. Algunos rasgos del hacer del mediocre, pp. 37-38.
(21) Lm. V. Algunos rasgos del hacer del mediocre, p. 51.
(22) Lm. VI. Gravedad y urgencia de la denuncia, p. 55.
(23) Lm. VI. Gravedad y urgencia de la denuncia, pp. 58-59.
(24) Lm. VI. Gravedad y urgencia de la denuncia, p. 61.
(25) Ídem nota anterior.

Eleuterio Fernández Guzmán