eleuterio
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Serie "Escatología de andar por casa" - Lo que somos y hacemos

“Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombres”.
Estas palabras de Cristo,recogidas en el versículo 33 del capítulo 24 del evangelio de San Mateo, nos ponen sobre la pista de qué es lo que tenemos que hacer ahora, que aún estamos en el mundo, para estar preparados al ser llamados por Dios para ir al otro mundo, al más allá, a la vida (esperamos) eterna.
Lo que nos quiere decir el Hijo de Dios es, primero, que debemos hacer lo posible para estar preparados y, en segundo lugar, que no sabemos cuándo será el importante y crucial momento de ser llamados. Y tanto una realidad como otra tienen mucho que ver con nuestro hacer y, en realidad, con lo que somos en este valle de lágrimas.
Podemos decir, para empezar, que en este tema tan importante lo que importa es nuestra vida espiritual pues ha de ser nuestra alma la que tenga un destino u otro tras la muerte del cuerpo. Por tanto, depende mucho lo que de ella sea del hecho mismo de qué tipo de existencia espiritual llevamos.

A este respecto, podemos decir que tenemos, en nosotros mismos, muchas potencias espirituales o, lo que es lo mismo, que Dios nos ha dotado de un fondo espiritual no desdeñable y del que podemos echar mano (del que deberíamos echar mano) en cada uno de los momentos de nuestra vida en el siglo. Y, aunque es cierto que podemos hacer lo contrario no es menos cierto que nos conviene, como veremos en su día, lo primero.
Para esto contamos con lo siguiente (Mt 28,20):
“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Es importante esto porque debemos tener en cuenta que no nos salvaremos a base de algún “abracadabra” que nos impulse al definitivo Reino de Dios y a la consiguiente vida eterna sino como consecuencia de un ser, de un estar en el mundo del que Dios pueda entender que ha sido, verdaderamente, merecedor de la salvación. Y es que será el Creador, que nos creó y nos mantiene, Quien determine, tras el llamado juicio particular, qué camino tomamos o, lo que es lo mismo, si estamos aptos para la visión beatífica o es nuestro caer en el fuego que no salva ni se consume lo que será nuestro final destino.
A este respecto, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, que
“1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: ‘Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran’ (Mt 7, 13-14):
‘Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde ‘habrá llanto y rechinar de dientes’” (Lumen gentium 48).
“Llanto y rechinar de dientes”. Tal expresión es sinónimo de terrible futuro de las almas que ahí se puedan encontrar. Y, para no llegar esta situación, como nos dicen en el Catecismo, hay que procurar situarse ante la puerta estrecha.
Para evitar, para no caer en, tal llanto y rechinar de dientes (consecuencia de una situación más que peor) debemos mantener una vida espiritual digna de ser llamada propia de un discípulo de Cristo, ejemplo de perfecta santidad y dotado de entrañas de excelsa voluntad de ser Santo.
Pues bien, en primer lugar, debemos sostener nuestra existencia espiritual (que tendrá reflejo, sin duda en nuestra vida carnal, material) en una serie de pilares que son, por ejemplo:
1. La santidad.
A este respecto, ser santos no es, sólo, una meta a lo que se aspira sino, en efecto, un ser ahora mismo, un serlo y con plena voluntad de serlo.
2. La oración.
Es bien cierto que la vida de un creyente que aspira a la vida eterna pero sin la correspondiente oración (los tiempos dedicados a ella) no puede estar completa.
3. La Eucaristía dominical (o con más frecuencia).
El domingo es un día muy especial para un discípulo de Cristo. En tal día resucita el Señor, en tal día se aparece a sus discípulos y en tal día se hace presente al mundo
4. El Sacramento de Reconciliación.
Pedir perdón, cuando nos hemos equivocado y hemos caído en manos del Maligno y del Mal es algo más que recomendable. De otra forma, tratar de aspirar a aparecer con el alma limpia ante Dios es, simplemente, ilusorio. Nos conviene la limpieza del alma que nos proporciona la confesión.
5. La primacía de la gracia.
Nosotros, sin duda, podemos procurar nuestro bien espiritual pero, en verdad, no debemos olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Jn 15, 5) que es lo que les pasó a los apóstoles que habiendo estado pescando toda la noche no habían pescado nada (cf. Lc 5,5) y sólo con Jesucristo pueden obtener fruto de su trabajo.
6. Escucha de la Palabra.
La escucha de la Palabra de Dios es esencial en nuestra vida espiritual. Centrar la misma en lo que el Todopoderoso nos ha dicho y han recogido las Sagradas Escrituras es un requisito más que imprescindible en nuestra vida espiritual.
7. Anuncio de la Palabra.
Cuando Jesús le dice a su amiga Marta “Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria” (Lc 10, 41 - 42) le quiere poner sobre la pista de qué es lo que importa en la vida del discípulo. Así, anunciar la Palabra es hacer efectivo aquello que hemos escuchado y, al fin y al cabo, mostrar que somos discípulos del Hijo de Dios.
Tenemos, pues, un camino qué seguir. Así, lo que somos y lo que hacemos ha de tener no algo sino todo que ver con Cristo. Así, el Hijo de Dios es el ideal que debemos seguir, nuestro mejor ejemplo. Él, siendo manso y humilde de corazón, es, además
Luchador infatigable,

Máximo exponente del Amor,

Servidor del prójimo,

Obediente a Dios hasta el extremo,

Fiel cumplidor, por tanto, de la misión encomendada por el Creador,


O, también,
Compresivo y paciente.
Por eso, nuestra vida ha de atenerse a tales parámetros espirituales que tienen, en sí mismos, el fuego del Amor de Dios en sus entrañas y, también, la expresión más certera acerca de lo que debemos ser en cuanto semejanza de Dios.
Todo esto apenas dicho puede procurarnos, según seamos, una respuesta positiva(espiritualmente hablando) para nuestra vida. Así, por ejemplo,
-Si somos en exceso materialistas, acude en nuestro auxilio aquello de “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?” (cf. Mc 8, 36; Mt 16, 26)
-Si somos demasiado cómodos y huimos del sacrificio en nuestros deberes espirituales, aquello que dice “El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz y sígame” (cf. Mt 16, 24; Lc 9, 23)
O, también,
-Si somos rencorosos y no perdonamos, esto otro que dice “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (cf. 23, 34)
Y así podríamos poner muchos ejemplos acerca de lo que debe ser una vida espiritual que se atenga a la voluntad de Dios y al ejemplo de Cristo y no de lo que, en demasiadas ocasiones, es.
Todo esto, de todas formas, podría resumirse en una frase que es muy conocida y que nos pone en el camino por el que caminar de forma correcta y no torcida. La dijo una joven judía en Nazaret cuando un Ángel (el del Señor, a más señas) de nombre Gabriel le dijo lo que podía pasar si ella quería que pasase: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”(cf. Lc 1,38) que es una muy buena forma de manifestarse con humildad al reconocer que no se es nada ante Dios y se es un esclavo, una esclava del Creador.
¿Cómo ser, pues? También, ¿qué hacer de nuestra vida?
El Cardenal Francisco Xavier Nguyen Van Thuan, vietnamita de nacimiento y universal por su fe, nos habla de los “cinco defectos de Jesús”. En realidad, más que defectos (lo pueden ser para el mundo) son verdaderas virtudes de las que aprender.
Dice esto que sigue:
“Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria
En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha:
‘Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino’. Si hubiera sido yo, le habría contestado: ‘No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio’. Sin embargo Jesús le responde: ‘Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso’. Él olvida todos los pecados de aquel hombre. La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: ‘Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado’. Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.
Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas
Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros. Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo.
Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica
Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. ¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos…
Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: ‘Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta’.
Cuarto defecto: Jesús es un aventurero
El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas. Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso. Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida. A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: ‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’.
El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero ‘autorretrato’ de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo:
‘Bienaventurados los pobres de espíritu…, bienaventurados los que lloran…, bienaventurados los perseguidos por… la justicia…, bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos’.
Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace más de dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax…!
Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía
Recordemos la parábola de los obreros de la viña: ‘El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco.., y los envió a sus viña’. Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno.
Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: ‘¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?, ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?’.
Y nosotros hemos creído en el amor
Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos?
- ¡Porque es Amor¡. El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.”
Vemos, por tanto, que lo que pudiera parecer algo negativo para el mundo es, al fin y al cabo, algo más que positivo; es más, que es lo que debemos poner en práctica en nuestra vida de discípulos de Aquel que parece tener tantos “defectos”.
Lo que hacemos, por tanto, y lo que somos, tiene todo que ver con lo que puede ser nuestra vida futura, el más allá que, sin duda, estamos destinados a ocupar.
El caso es que todo se podría resumir en una expresión que podría parecer en exceso lapidaria pero que es totalmente verdad: hacer el bien y evitar el mal. Y aunque el número 1811del Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que
“Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las virtudes. Cada cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal”,

no es poco cierto que contamos con la gracia de Dios para llevar un comportamiento adecuado a nuestra filiación divina y que no nos debe cabe duda alguna de que así es.
Bien podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que aquello que pueda afectar, lo que al fin sea de ella, a nuestra vida eterna depende, absolutamente, de lo que somos en el mundo y lo que hacemos en el mundo. Seguramente podrá pensarse que lo repetimos mucho pero nunca será suficiente hasta que entre en el corazón del discípulo de Cristo la idea según la cual, como dijo San Agustín, Dios, que nos creó sin nosotros no nos salvará sin nosotros. No sin nosotros y no, por tanto, sin un hacer, un ser y un estar perfectamente acordes a la Ley de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán