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Los misterios de la fe.

La vida de fe no consiste en entenderlo todo porque la razón es limitada y la sabiduría de Dios, infinita. San Josemaría habla de este tema en Santiago de Chile, el 7 de julio de 1974.

- Padre, usted nos ha hecho darnos cuenta que debemos conocer y adorar el misterio de la Trinidad. Pero, Padre, eso nos cuesta mucho. ¿Cómo podría Usted ayudarnos,
no digo a entender, pero si a considerarlo mejor?
- Pídele al Señor con mucho acatamiento que te dé amor a la Trinidad Beatísima, sabiendo que es un misterio y que es justo que haya misterios en la religión.
Los hay en la realidad de las cosas que tocamos, que vemos. Suelo decir siempre, o casi siempre, la misma cosa: no soy todavía viejo y en materias científicas me han enseñado un montón distinto de teorías contradictorias, para explicarme cosas que veo y que toco. Delante de Dios, me encontraría yo muy soberbio, si lo entendiera.
Me pongo y digo: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Sé que el Señor está muy contento de que yo le glorifique, de que yo crea. Y cuando tengo un atisbo de claridad, me pongo muy contento; y cuando no entiendo nada, me pongo más contento aún y digo: Señor, es justo, porque mi cabeza es muy poca cosa. Me alegro de tu grandeza, de tu hermosura, de tu poder, de tu belleza: ¡gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo! Glorifícale con toda tranquilidad, y que eso te baste.
Y haz actos de fe. ¿De acuerdo? ¿Si? Porque la fe no la hemos hecho tú, ni yo,
ni aquella persona, ni la otra, ni el de más allá. La fe está compuesta por un depósito
de doctrina que el Señor ha querido revelarnos, primero, por medio de los profetas; y después, por medio de su Hijo Jesucristo, que se encarnó en las purísimas entrañas de María Virgen. Hemos de aceptarla porque El tiene perfecto derecho a imponernos esa fe.
¿Está claro?
Amigos de Dios > Vida de fe. > Cap 12

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Se oye a veces decir que actualmente son menos frecuentes los milagros. ¿No será que son menos las almas que viven vida de fe? Dios no puede faltar a su promesa: pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra. Nuestro Dios es la Verdad, el fundamento de todo lo que existe: nada se cumple sin su querer omnipotente.

Como era en un principio y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. El Señor no cambia; no necesita moverse para ir detrás de cosas que no tenga; es todo el movimiento y toda la belleza y toda la grandeza. Hoy como antes. Pasarán los cielos como humo, se envejecerá como un vestido la tierra (...) Pero mi salvación durará por la eternidad y mi justicia durará por siempre.

Dios ha establecido en Jesucristo una nueva y eterna alianza con los hombres. Ha puesto su omnipotencia al servicio de nuestra salvación. Cuando las criaturas desconfían, cuando tiemblan por falta de fe, oímos de nuevo a Isaías que anuncia en nombre del Señor:¿acaso se ha acortado mi brazo para salvar o no me queda ya fuerza para librar? Con sólo mi amenaza, seco el mar y torno en desierto los ríos, hasta perecer sus peces por falta de agua y morir de sed sus vivientes. Yo revisto los cielos de un velo de sombra y los cubro como de saco.

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La fe es virtud sobrenatural que dispone nuestra inteligencia a asentir a las verdades reveladas, a responder que sí a Cristo, que nos ha dado a conocer plenamente el designio salvador de la Trinidad Beatísima. Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado últimamente en estos días, por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien crió también los siglos. El cual, siendo como el resplandor de su gloria, vivo retrato de su substancia, y sustentándolo todo con su poderosa palabra, después de habernos purificado de nuestros pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en lo más alto de los cielos.

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Junto a la piscina de Siloé

Yo querría que fuese Jesús quien nos hablara de fe, quien nos diera lecciones de fe. Por eso abriremos el Nuevo Testamento, y viviremos con El algunos pasajes de su vida. Porque no desdeñó enseñar a sus discípulos, poco a poco, para que se entregaran con confianza en el cumplimiento de la Voluntad del Padre. Les adoctrina con palabras y con obras.

Mirad el capítulo noveno de San Juan. Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿qué pecados son la causa de que éste haya nacido ciego, los suyos, o los de sus padres?. Estos hombres, a pesar de estar tan cerca de Cristo, piensan mal de aquel pobre ciego. Para que no os extrañe si, en el rodar de la vida, cuando servís a la Iglesia, encontráis discípulos del Señor que se comportan de modo semejante con vosotros o con otros. No os importe y, como el ciego, no hagáis caso: abandonaos de verdad en las manos de Cristo; El no ataca, perdona; no condena, absuelve; no observa con despego la enfermedad, sino que aplica el remedio con diligencia divina.

Nuestro Señor escupió en la tierra, formó lodo con la saliva, lo aplicó sobre los ojos del ciego, y le dijo: anda, y lávate en la piscina de Siloé, que significa el Enviado. Fue, pues, el ciego y se lavó allí, y volvió con vista.

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¡Qué ejemplo de fe segura nos ofrece este ciego! Una fe viva, operativa. ¿Te conduces tú así con los mandatos de Dios, cuando muchas veces estás ciego, cuando en las preocupaciones de tu alma se oculta la luz? ¿Qué poder encerraba el agua, para que al humedecer los ojos fueran curados? Hubiera sido más apropiado un misterioso colirio, una preciosa medicina preparada en el laboratorio de un sabio alquimista. Pero aquel hombre cree; pone por obra el mandato de Dios, y vuelve con los ojos llenos de claridad.

Pareció útil —escribió San Agustín comentando este pasaje— que el Evangelista explicara el significado del nombre de la piscina, anotando que quiere decir Enviado. Ahora entendéis quién es este Enviado. Si el Señor no hubiese sido enviado a nosotros, ninguno de nosotros habría sido librado del pecado. Hemos de creer con fe firme en quien nos salva, en este Médico divino que ha sido enviado precisamente para sanarnos. Creer con tanta más fuerza cuanta mayor o más desesperada sea la enfermedad que padezcamos.

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Hemos de adquirir la medida divina de las cosas, no perdiendo nunca el punto de mira sobrenatural, y contando con que Jesús se vale también de nuestras miserias, para que resplandezca su gloria. Por eso, cuando sintáis serpentear en vuestra conciencia el amor propio, el cansancio, el desánimo, el peso de las pasiones, reaccionad prontamente y escuchad al Maestro, sin asustaros además ante la triste realidad de lo que cada uno somos; porque, mientras vivamos, nos acompañarán siempre las debilidades personales.

Es éste el camino del cristiano. Resulta necesario invocar sin descanso, con una fe recia y humilde: ¡Señor!, no te fíes de mí. Yo sí que me fío de Ti. Y al barruntar en nuestra alma el amor, la compasión, la ternura con que Cristo Jesús nos mira, porque El no nos abandona, comprenderemos en toda su hondura las palabras del Apóstol: virtus in infirmitate perficitur; con fe en el Señor, a pesar de nuestras miserias —mejor, con nuestras miserias—, seremos fieles a nuestro Padre Dios; brillará el poder divino, sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza.

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La fe de Bartimeo

Esta vez es San Marcos quien nos cuenta la curación de otro ciego. Al salir de Jericó con sus discípulos, seguido de muchísima gente, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino para pedir limosna. Oyendo aquel gran rumor de la gente, el ciego preguntó: ¿qué pasa? Le contestaron: Jesús de Nazaret. Y entonces se le encendió tanto el alma en la fe de Cristo, que gritó: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.

¿No te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida, que es tan corta; a ti, que te faltan luces; a ti, que necesitas más gracias para decidirte a buscar la santidad? ¿No sientes la urgencia de clamar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí? ¡Qué hermosa jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!

Os aconsejo que meditéis despacio los momentos que preceden al prodigio, con el fin de que conservéis bien grabada en vuestra mente una idea muy clara: ¡qué distintos son, del Corazón misericordioso de Jesús, nuestros pobres corazones! Os servirá siempre, y de modo especial a la hora de la prueba, de la tentación, y también a la hora de la respuesta generosa en los pequeños quehaceres y en las ocasiones heroicas.

Había allí muchos que reñían a Bartimeo con el intento de que callara. Como a ti, cuando has sospechado que Jesús pasaba a tu vera. Se aceleró el latir de tu pecho y comenzaste también a clamar, removido por una íntima inquietud. Y amigos, costumbres, comodidad, ambiente, todos te aconsejaron: ¡cállate, no des voces! ¿Por qué has de llamar a Jesús? ¡No le molestes!

Pero el pobre Bartimeo no les escuchaba, y aun continuaba con más fuerza: Hijo de David, ten compasión de mí. El Señor, que le oyó desde el principio, le dejó perseverar en su oración. Lo mismo que a ti. Jesús percibe la primera invocación de nuestra alma, pero espera. Quiere que nos convenzamos de que le necesitamos; quiere que le roguemos, que seamos tozudos, como aquel ciego que estaba junto al camino que salía de Jericó.Imitémosle. Aunque Dios no nos conceda enseguida lo que le pedimos, aunque muchos intenten alejarnos de la oración, no cesemos de implorarle.

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Parándose entonces Jesús, le mandó llamar. Y algunos de los mejores que le rodean, se dirigen al ciego: ea, buen ánimo, que te llama. ¡Es la vocación cristiana! Pero no es una sola la llamada de Dios. Considerad además que el Señor nos busca en cada instante: levántate —nos indica—, sal de tu poltronería, de tu comodidad, de tus pequeños egoísmos, de tus problemitas sin importancia. Despégate de la tierra, que estás ahí plano, chato, informe. Adquiere altura, peso y volumen y …